sábado, 7 de abril de 2018

La constante




Tras insistirle, nos volvió a describir la criatura. Crueles ojos que enfocaban constante ansiedad, de acercamiento, de contacto, de sangre. Sucedió un atardecer ante la ventana de su cubículo, desde donde se veían las hojas negras del bosque. Era una silueta que fluía como una sombra a través de un medio líquido, delgada, pequeña. Él reconoció el miedo, gesto que algunos consideraban una afectación, una forma de hacer más creíble una historia que parecía un clamor por atención. Para mí fue una comprobación. Ya era tiempo de parar con el chiste. Esperé a verlos a solas, en el pasillo de la residencia, y le expliqué lo que le había sucedido. Se lo mostré en una ficha informativa, idéntico a su descripción, un gato, una criatura extinta hace más de mil años, referente típico en las formas artísticas clásicas, una criatura que debió ver en alguna proyección, una lectura, que se quedó con él y lo visitó en medio de un sueño. Simple imaginación, ninguna peligrosa inestabilidad que pueda atraer a los censores de conducta y llevarlo para una reclusión.

Cuando mencioné el castigo, él se enderezó y me dio la razón en todo, sonriendo estúpidamente, con el tipo de gesto que, espero, yo no tenga que fingir jamás. No sé qué clase de prisión (nadie sabe, creo) me esperaría si supieran que yo también los he visto, muchas veces, rondando calles desiertas, oteando la noche a través de los árboles negros, siempre mudos, siempre atentos, atravesando los objetos y saltando hacia la luna y de vuelta.  








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